lunes, 22 de enero de 2007

apunte biográfico de Marguerite Yourcenar

Nacida en Bruselas en 1903, entró en la Muerte en 1987 en su residencia refugio de la Isla de los Montes Desiertos, Maine (E.E.U.U.). Esas dos fechas marcan el comienzo y el final del incansable viaje que fueron su vida y su obra.

Suele aparecer como lugar común de sus biografías la condición de ser la primera mujer admitida como miembro en la Academia Francesa de las Letras. Este hecho parece ocultar a todo lo demás, en una vida cuya verdadera constante fue la búsqueda de la sabiduría.

Esa búsqueda bebió de dos fuentes principales:

En primer lugar el occidente más luminoso, la antigua Grecia. Las enseñanzas de Escépticos, Cínicos, Estoicos, Epicúreos… aparecen entre los renglones de su escritura. Su obra más recordada relata la peripecia vital de Adriano, emperador de Roma, pero iniciado en los Misterios de Eleusis y apasionado helenista, al que la autora hace declarar:

“He administrado el imperio en latín; mi epitafio será inscrito en latín sobre los muros de mi mausoleo a orillas del Tíber, pero he pensado y he vivido en griego. “

Y después, Oriente: la Sabiduría del Tao, el Zen y el conocimiento Budista. Recojo, del interesante artículo de Vicente Torres: M.Y. Viaje y conciencia de lo universal, esta cita del libro “Con los ojos abiertos: conversaciones con M.Y” de Matthieu Gales, publicado en España por Plaza&Janés.

“Los cuatro votos budistas que, en efecto, me he recitado con frecuencia en el curso de mi vida, dudo en volver a decirlos en este momento delante de usted, porque un voto es una plegaria, y más secreto aun que una plegaria […] Simplificando: se trata de luchar contra las malas inclinaciones; dedicarse hasta el fin al estudio; perfeccionarse en la medida de lo posible, y por fin por numerosas que sean las criaturas que vagan en la extensión de los tres mundos, es decir en el universo, trabajar para salvarlas. De esta conciencia moral al conocimiento intelectual, del perfeccionamiento de sí al amor de los demás, y a la compasión por ellos, todo está allí, me parece, en ese viejo texto que tiene alrededor de 26 siglos”

Podría parecer una cita casual, pero comencé a considerar su importancia cuando volvió a cruzarse conmigo de nuevo. “La voz de las cosas” es un hermoso libro de reflexiones y aforismos, una especie de devocionario que le acompañó toda su vida y donde recogió textos inspirados e inspiradores: desde la filosofía de Confucio o Bob Dylan, a los místicos cristianos, pasando por el visionario Blake. (Aquí puedes leer algunos de ellos). La cita que abre el libro es otra vez la de los cuatro votos:

Por numerosos que sena mis defectos,
me esforzaré por vencerlos.
Por difícil que sea el estudio
me aplicaré a él.
Por ardua que sea la vía de la perfección,
haré lo posible por avanzar en ella.
Por innumerables que sean las criaturas errantes en la extensión de tres mundos,
laboraré en pro de su salvación.

Solo queda añadir un comentario de su propia voz:

“Después de esto, todo esta dicho, y no hay ninguna necesidad de otro precepto en esta tierra”.

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