La edición del relato ¿Cuánta tierra necesita un hombre? que leí para la pasada tertulia (ver sala) se publicitaba en la contraportada como “El mejor relato que se ha escrito nunca” en cita de James Joyce.
Si tuviera que escoger alguno de los mejores relatos, de los más “memorables” que haya leído, sin duda en la relación estaría alguno de los cuentos de Borges. El primero que acude ahora a mi memoria es el de “Los dos reyes y los dos laberintos” (leer aquí) que aparece en el libro recopilatorio El Aleph, pero también podrían ser “El Inmortal” o “La casa de Asterión”. Por razones que no vienen ahora al caso, quiero citar también como memorable (rae: digno de memoria) la historia del anciano pintor Wang-Fô (aquí) de los cuentos Orientales de Yourcenar que también dispone de sala de lectura en el librodormido.
No hace mucho tiempo y mientras trataba de localizar el libro Los Prólogos de la colección Biblioteca Personal de JLB en busca de nuevas lecturas para el club, fui a dar con una recopilación de historias titulada Cuentos memorables según Jorge Luis Borges. En ella se hacía referencia a una antigua declaración de Borges donde escogía el cuento más memorable que había leído. Éste era:
Donde su fuego nunca se apaga de May Sinclair.
Entre los años 1935 y 1958 Borges colaboraba con la revista El Hogar a la que aportaba un par de páginas dos veces al mes. En la sección El Cuento, joya de la literatura, la antología que por aquel entonces publicaba la revista se justificaba la elección.
“Por qué eligió este cuento Jorge Luis Borges. El Hogar, 26 de julio de 1935
Me piden el cuento más memorable de cuantos he leído. Pienso en “El escarabajo de oro” de Poe, en “Los expulsados de Poker-Flat” de Bret Harte, en “Corazón de la tiniebla” de Conrad; en “El jardinero” de Kipling –o en “La mejor historia del mundo”–, en “Bola de sebo” de Maupassant, en “La pata de mono” de Jacobs, en “El dios de los gongs” de Chesterton. Pienso en el relato del ciego Abdula en “Las mil y una noches”, en O. Henry y en el Infante don Juan Manuel, en otros nombres evidentes e ilustres. Elijo, sin embargo –en gracia de su poca notoriedad y de su valor indudable– el relato alucinatorio “Donde su fuego nunca se apaga”, de May Sinclair.
Recuérdese la pobreza de los Infiernos que han elaborado los teólogos y que los poetas han repetido; léase después este cuento.”
La recomendación del maestro indiscutible del relato breve es más que suficiente para incluir esta obra en nuestra biblioteca de obras selectas.
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