martes, 2 de diciembre de 2008

nuestros relatos favoritos de Nasrudín (1)

Algunos tertulianos escogen su relato favorito (aquel que creen haber entendido).

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F_ El secreto

Un aspirante a discípulo acosaba a Nasrudín haciéndole pregunta tras pregunta. El Mulá contestó a todas, y se dio cuenta de que el hombre no quedaba del todo satisfecho; aunque, en realidad, estaba progresando.
Finalmente el hombre dijo:
–Maestro, necesito una guía más explícita.
– ¿Qué sucede?
–Debo continuar haciendo cosas y, si bien avanzo, quisiera andar más rápidamente. Por favor, dígame un secreto tal como, según he oído, lo hace con otros.
–Te diré cuando estés preparado.
Más tarde el hombre volvió sobre el tema.
–Muy bien. Tú sabes que tu necesidad es la de imitarme, ¿no es cierto?
–Así es.
– ¿Puedes guardar un secreto?
–Nunca se lo diría a nadie.
–Entonces, observa que yo puedo guardar un secreto tan bien como tú.

Sigurd_ Mírate en el espejo


C_ Los principios de salvamento

Nasrudín no estaba seguro sobre cuál de dos mujeres elegiría para casarse. Un día ambas lo arrinconaron y le preguntaron a quién quería más.
–Hagan la pregunta dentro de un contexto práctico y trataré de contestarla –les dijo.
–Si ambas cayéramos al río, ¿a cuál salvarías? –le preguntó la más grácil y bonita.
El Mulá se volvió hacia la otra, una rústica pero adinerada muchachona:
– ¿Sabes nadar, querida?

M_ El sermón de Nasrudín

Un día los aldeanos decidieron hacerle una broma a Nasrudín.
Puesto que se suponía que era un hombre santo de alguna clase indefinible, fueron a verlo y le pidieron que pronunciara un sermón en la mezquita, a lo que accedió.
Cuando llegó el día, Nasrudín subió al púlpito y dijo:
– ¡Oh, pueblo! ¿Saben ustedes lo que voy a decirles?
–No, no lo sabemos –gritaron.
–Mientras no lo sepan, no podré hablarles. Son de¬masiado ignorantes para poder iniciar algo con ustedes –dijo el Mulá, lleno de indignación porque gente tan ignorante le hiciera perder el tiempo. Descendió del púl¬pito y se fue a su casa.
Algo mortificados, fueron nuevamente a la casa del Mulá y le rogaron que el viernes siguiente, día de ora¬ción, predicara.
Nasrudín comenzó su sermón repitiendo la misma pregunta.
Esta vez, la congregación contestó al unísono:
–Sí, sabemos.
–En tal caso –dijo el Mulá, no es necesario que los demore. Pueden retirarse.
Y regresó a su casa.
Fue convencido por tercera vez para que predicara. Ese viernes, comenzó preguntándoles como antes:
–¿Saben o no saben? La congregación estaba preparada.
–Algunos sabemos y otros no.
–Perfecto –dijo Nasrudín–. Entonces los que sa¬ben que transmitan su conocimiento a los que no saben.
Y se fue a su casa.

F_ ¿Me explico?

Nasrudín estaba echando puñados de migajas alrededor de su casa.
Alguien le preguntó: – ¿Qué está haciendo?
–Mantengo alejados a los tigres. –Pero si en estos lugares no hay tigres.
–Así es. Es efectivo, ¿verdad?

Govinda_ Algo cayó

Al oír un tremendo ruido, la mujer de Nasrudín corrió hacia el cuarto de aquél.
–No hay por qué preocuparse –dijo el Mulá–, es sólo mi manto que se ha caído al suelo.
– ¿Qué? ¿Y eso es lo que provocó semejante ruido?
–Así es. Lo que pasa es que yo estaba dentro de él cuando se cayó.

Serafín_ Impropio

Levanta esta bolsa y llévala a mi casa –le dijo Nasrudín a un changador en el mercado.
–A su servicio, señor. ¿Dónde queda su casa?
El Mulá lo miró estupefacto: –Eres un rufián con mala fama y probablemente un ladrón. ¿Crees que voy a decirte dónde queda mi casa?


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