viernes, 11 de mayo de 2007

estoicismo para la vida. 1ª parte

Del mismo modo que el faro, al iluminarse, es un poderoso auxilio para el barco que ha perdido el derrotero, asimismo, en un mundo violento y sin dignidad, un hombre íntegro y justo es un faro inapreciable para los demás.


     María Zambrano dijo: Los estoicos surgen porque nosotros los llamamos, porque también hoy, como entonces, vivimos otras desilusiones, porque necesitamos de serenidad y de consejos, de saber quienes somos, de esa voz sin tiempo que nos devuelva la integridad de nuestra esencia más íntima.


     Y sus palabras, decenas de años después, siguen resonando y siendo vigentes; necesitamos de serenidad y consejos para entender el mundo empezando por nosotros, buscando en nosotros las raíces del misterio que se llama Vida. Buscamos la esencia de sus enseñanzas, lo que les permitió existir, ser, en medio de la crisis. Ser estoico es vivir de acuerdo con la Naturaleza.


Vivir de acuerdo a la Naturaleza


    Vivir de acuerdo con la naturaleza humana, no significa levantarse con el sol, bañarse en el rio, comer lechuga, ser animalitos, porque somos seres humanos, naturalmente. Es vivir de acuerdo a la razón, al Logos que está presente en el Universo, en la Naturaleza. Para el griego la razón es luminosa.


    Los estoicos explicarían que el hombre está compuesto de dos naturalezas perfectamente distintas: de un cuerpo que nos es común con los animales y de un espíritu que nos es común con los dioses. Pero unos tienden hacia el primer parentesco, y otros al segundo.


En lo que a mí respecta, se pregunta un estoico, ¿qué soy? Un pobre desdichado, pero hay algo en mi mucho más noble: ¿por qué, apartándome de tan alto principio, doy al cuerpo tanta importancia? He aquí la pendiente por la que se dejan resbalar la casi totalidad de los hombres, y por qué se encuentran en ellos tantos monstruos, tantos lobos, tantos leones, tantos tigres y tantos cerdos. Ten cuidado pues y procura no aumentar el número de los brutos.

    Parece ser que la doctrina materialista de dar importancia a lo que tengo, no a lo que soy o lo que hago, no es una exclusividad de estos últimos siglos. Algunas descripciones son bastantes irónicas. Dice Epícteto:


¡Qué no hará un banquero para examinar el dinero que le dan! Afina todos sus sentidos: la vista, el tacto, el oído. Y no contento con hacer sonar la moneda una o dos veces, a fuerza de estudiar sus sonidos se vuelve casi músico. Pues bien: todos somos banqueros en aquello que nos interesa. Pero si se trata de nuestra razón, de examinar nuestros juicios y opiniones con objeto de evitar la mentira, entonces nos volvemos perezosos y descuidados como si eso no nos interesara; y es que no sabemos apreciar los daños que semejante descuida nos causa.

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     Cuidarse de nuestra razón es olvidarse de los deseos, pues el deseo y la felicidad no pueden existir juntos, porque el deseo, la obsesión por conseguir algo o alguien, produce dolor, angustia. Los deseos no corresponden a nuestra Naturaleza, los deseos no nos dejan ser libres, nos atan, cada deseo es un lazo que nos lastra. Imaginad una cadena de hierro con sus argollas que nos restringen nuestra libertad, estamos en prisión, encadenados. Ese lastre puede sacar de nosotros lo peor; para ejemplificarlo utilizaban situaciones cotidianas, decían:


¿Habéis visto esos perros que están jugando? Diríase que son los mejores amigos del mundo, a juzgar por sus fiestas, sus caricias, su bullicio, sus lametones, ¿no es cierto? Pues echa en medio de ellos un hueso y verás lo que ocurre. Esta suele ser la amistad entre hermanos y parientes. En cuanto se ofrece un motivo de disputa: dinero, tierras, una amante, ya no hay padre, ni hijo, ni hermano.

    Otro de los motivos que descuida nuestra razón siguen siendo los deseos, en plural, porque no tenemos ni uno, ni dos, ni cinco, sino muchos. Fijémonos en esta imagen: un niño introduce su mano en un frasco de dulces de abertura estrecha, y da tal modo y tantas coge, que luego le es imposible sacarla, viéndose precisado, entre lágrimas, a soltar la mayor parte para conseguirlo. Tú eres ese niño, deseas mucho, y no puedes obtenerlo; desea menos, modera tu ambición y verás colmados tus deseos.


    A lo largo de la vida nos enseñan que la felicidad consiste en obtener lo que deseamos, en que las circunstancias se avengan a nuestra opinión, voluntad y querer, pero parte de la educación que recibimos son falsos prejuicios acerca de la vida. Así, cuando somos mayores, siempre queremos ver cumplidos nuestros deseos, si nos contradicen, rabia, si no nos aman, depresión, si no nos ascienden, frustración, en lugar de pensar a quién puedo yo amar, qué méritos puedo demostrar...


    Hay cosas que dependen de mí y cosas que no dependen de mí: la fortuna, la riqueza, tener o no tener dinero (sí puedo ganarlo pero lo puedo perder, o me lo pueden robar, o depreciarse la moneda); tampoco depende de mi el cuerpo ni la fama, pero hay cosas que si dependen de mi: mis juicios y opiniones, mis deseos, mis inclinaciones y aversiones, es decir todos nuestros actos, mi bien y mi mal.


    Y el deseo no es físico sino mental, es aquello que nos crea preocupación, que nos condiciona, por eso los estoicos pensaban que alcanzaríamos la libertad si cambiásemos nuestras ideas acerca de la realidad.


    Epícteto fue el que dijo:


No nos hacen sufrir las cosas, sino las ideas que tenemos de las cosas. Pensad en una visita al dentista, en realidad nos sentamos, nos duerme la muela, y no sentimos dolor, pero el sufrimiento está en lo que suponemos antes de ir. Séneca se preguntaba: ¿de qué sirve que nos retiremos y huyamos si nuestras inquietudes pasan los mares con nosotros? ¿Qué antro tan oculto existe donde no pueda entrar el miedo? ¿Qué vida podemos vivir donde no haya dolor?

Un requerimiento de libertad


    Si hay una idea traslúcida tras las palabras y enseñanzas de los estoicos es, sin duda, el requerimiento sereno, pero imperioso de libertad. Por ella se filosofa, se lucha, se trabaja, por esa libertad que significa no ser esclavos de ninguna necesidad, de ningún azar. Está la posibilidad de conseguir que las convicciones personales estén libres de las opiniones de las modas y que el alma esté libre de las ataduras del cuerpo.


    Libre es quien vive como quiere, dice Epícteto, pero los animales no son libres, pues no pueden elegir su modo de vida, sólo pueden seguir sus impulsos e instintos. El ser humano puede no ser esclavo de los impulsos.


    La verdadera libertad es interior me lo pueden quitar todo, me pueden obligara decir que lo blanco es negro y lo negro blanco, pero jamás me podrán obligar a pensar que lo blanco es negro.


    Y así pueden insultarnos, perseguirnos con maldiciones, calumnias. ¿Qué importa esto para que mi pensamiento permanezca puro, prudente, sensato y justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y dulce, la insultara; no por ello deja de brotar agua potable. Aunque se arroje fango, estiércol, muy pronto lo dispersará, y se librará de ellos y de ningún modo quedará teñida. ¿Cómo, pues, conseguiremos una fuente perenne? La respuesta de Marco Aurelio: si cuidamos de ser a todas horas libres, con benevolencia, sencillez y discreción.


    Los hombres nos fijamos nuestro precio alto o bajo, según mejor nos parece, y nadie vale sino lo que hace. Tásate, por lo tanto, como libre o como esclavo, ya que en tu mano está.


    Podemos decir que hoy ya tenemos libertad, que nada tiene que ver la situación social de los estoicos con la que vivimos nosotros, pero bien mirado, lo que hoy tenemos es libertad de expresión, podemos decir lo que queramos, pero ¿tenemos libertad de pensamiento? ¿Realmente pensamos y creemos y soñamos lo propio? ¿O nuestras opiniones siguen las proyecciones de los medios de comunicación, de lo que es correcto socialmente? ¿Vivimos nuestra vida o la de las películas, la de las series televisivas, la de los famosos? ¿Hay libertad?


    La libertad empieza en el pensamiento, sólo es libre quien puede desprenderse, quien es generoso, el egoísmo es una cadena que nos esclaviza a las cosas. Al sol no hay que suplicarle para que dé a cada uno su parte de luz y de calor. Del mismo modo, haced todo el bien que de vosotros dependa sin esperar a que os lo pidan.


    Es libre quien entiende que el patrimonio de la verdad a nadie le pertenece, porque los fanatismos no sólo han esclavizado a las personas, sino que cierran las puertas de la mente, tapian las ventanas del entendimiento; es la esclavitud de la oscuridad.


Sara Ortiz


1 comentario:

el bibliotecario dijo...

No podemos menos que agradecer la amabilidad de Sara Ortíz al permitirnos la reproducción de su artículo estoicismo para la vida publicado en noviembre de 2003 en la revista Esfinge.
Este artículo inspiró y aportó luz durante la lectura de la Educación del Estoico.