jueves, 5 de abril de 2007

la peripecia del barón

     La peripecia del Barón de Teive pudo parecerme en un primer momento patética. Ese aparente aire de superioridad que le lleva a rehusar todo combate:


“Siempre que en cualquier situación tuve un rival o la posibilidad de tener un rival, enseguida renuncié sin vacilar. Es una de las pocas cosas en la vida de las que nunca dudé. Mi orgullo nunca soportó que compitiera con otros, con el pavoroso añadido de la posibilidad de la derrota. Tampoco pude participar nunca en juegos de competición. Siempre perdía con rencor y despecho. ¿Por considerarme superior a todos? No, nunca me consideré superior en el ajedrez ni en el whist. Por simple orgullo, un orgullo desbordante y sanguinario, que ningún esfuerzo desesperado de mi inteligencia puede contener ni apaciguar. Siempre me aparté del mundo y de la vida, y el embate de cualquiera de sus elementos siempre me hirió como un insulto a media voz, la rebelión súbita de un lacayo universal.”

     Más adelante llegó a parecerme cómica, como cuando describe su relación con las mujeres:


“No había en mi casa una criada a la que no pudiera haber seducido. Pero algunas eran grandes o, si no lo eran, me lo parecían por la exuberancia vital, y ante éstas yo tenía una timidez anticipada, incluso asustadiza: ni en sueños me imaginaba seduciéndolas. Otras eran pequeñas, frágiles, y sentía pena. Otras eran feas. Y así pasé junto a la particularidad del amor casi como pasé junto a la generalidad de la vida.”

     Pero ha terminado por parecerme trágica. No puede menos que conmovernos, la historia de un hombre que reconoce su Destino y al mismo tiempo su incapacidad esencial para cumplirlo. Pessoa nos lo advierte ya en el subtítulo, cuando se refiere a la educación del estoico como la imposibilidad de hacer arte superior.


“Durante los últimos días ocupé el tiempo quemando, uno a uno —y tardé dos días, porque a veces releía—, todos mis manuscritos, las notas para mis pensamientos difuntos y anotaciones, en algunos casos fragmentos que ya estaban completos, para las obras que nunca escribiría. Hice sin vacilar, aunque con pausada pesadumbre, ese sacrificio…
… Deseo, ya que no pude dejar de mí una sucesión de bellas mentiras, dejar lo poco de verdad que la mentira de todo nos permite suponer que podemos decir.”

Descanse en paz.

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